La sensación de la separación es un dolor lacerante que se incrusta entre las costillas y te impide respirar. Poco a poco, se aprende a vivir con ese dolor hasta que se siente como el tamaño de una esquirla. La herida sigue abierta, nunca se va a cerrar. No mientras exista la esperanza de un reencuentro.
Este es el relato de una de las tantas historias que durante todo el siglo XX se pudieron escuchar alrededor del globo. Es la historia de una guerra y de sus consecuencias. Del largo camino de los refugiados que huyen de ella. A través de su hija, conocemos la historia de Gwija desde el inicio del conflicto hasta la actualidad. Gwija debe huir de Corea del Norte, dejar todo aquello que quiere y conoce por salvar su vida y la de su familia. Una vida de desgracias, de dolor y de pérdidas.
Las guerras no solo provocan muertos, muertos en vida y destrucción. Las guerras también provocan la movilización de millones de personas que se desplazan buscando un lugar seguro. Personas que nada tienen que ver con los intereses del conflicto, pero que pagan las consecuencias. Familias que se separan, pero la espera de aquellos de los que no se sabe el destino es el motivo que las mantienen unidas.
«El frio marchita las hojas de los arboles y de las plantas, las tiñe de marrón. Sin embargo, cuanto más crudo es el invierno, más verdes lucen los pinos en el paisaje nevado.1»
El retrato que hace Keum Suk Gendry-Kim de la Guerra de Corea es profundo. Así como ya consiguió con Hierba, traspasa el dolor desde el papel. Cada escena es preciosa de la manera más triste, tal como su estilo de dibujo, en blanco y negro con trazos impresionistas, permite bosquejar lo que fue la realidad del momento. Una realidad que perdura a día de hoy. Porque las guerras no han dejado de existir.
La deshumanización también es parte del conflicto. La desesperación por mantenerse a una misma o a los suyos a salvo lleva a poner un muro, una muralla, entre los que identificamos como ajenos y propios. Por eso, el sentimiento de pérdida se agudiza.
Intercalando presente y pasado, la historia es hipnotizante, pero el adjetivo que mejor la describe es desgarradora. Te deja los pelos de punta, mientras lloras y la impotencia arde en el corazón. “No debería ser así, no debería ser así” mi cabeza no puede parar de repetir. No deberíamos elegir entre abandonarlo todo o morir. No deberíamos abandonar a aquellos que más queremos. Los reencuentros no deberían ser tan cortos, tan fugaces. Y sé que, aunque duraran solo un segundo, mucha gente aceptaría tenerlo, con tal de ver de nuevo aquel rostro olvidado convertido en el de una persona desconocida. No debería existir ese dolor que causa la certeza de saber que es la ultima vez.
No debería existir esa soledad. Ese tipo de soledad que no entendemos ni sabemos expresar. Esa soledad que consume y destroza el alma hasta reducirla a la más absoluta oscuridad. Una soledad provocada por la espera, la incertidumbre, el dolor, la separación e incluso el reencuentro. Ya nada volverá a ser lo mismo.
Dicen que los recuerdos son efímeros. Pero hay recuerdos que están grabados a fuego en nuestra memoria. Podemos recordar la voz, la risa, el olor… porque hay recuerdos que nunca van a desaparecer.
Gracias, Keum Seuk Gendry-Kim, por hacer que los recuerdos de tu madre y de tantos otros superen la mortalidad y no sean jamás olvidados.
1 Keum Suk Gendry-Kim, La espera, Pág. 95
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